lunes, 31 de octubre de 2011

La llegada al barrio

Nada de romántico tuvo mi arribo al barrio. Dejé atrás El Papayo en Guayubín para llegar a Nibaje Santiago. Vaya nombre para un sector urbano de la segunda provincia del país. Nibaje (ni te atrevas a bajar). Cuentan los primeros habitantes que los habitantes de la antigua ciudad bajaban a buscar agua al río Yaque del Norte para las labores cotidianas, pero cuando llovía no había forma de bajar por lo empinado y resbaladizo del camino. De ahí la expresión ni baje (Nibaje o Nivaje como también lo escriben). Me tocó llegar al barrio tres días antes que llegara el Ciclón David a tocar con sus fuertes vientos y lluvias torrenciales todo el país. Nada nos atemorizó tanto como la crecida de ese poéticamente llamado Yaque dormilón. La presa Tavera comenzó a llenarse a plenitud y amenazaba con reventarse y llevarse con ella a toda la ciudad de Santiago y todo lo que le quedaba en su cauce. A pocos metros quedaron las aguas de la humilde casa donde vivíamos marcada con el número ochenta y cinco de la calle cinco del Ensanche Duarte, nombre bonito con el que se conocía el barrio, pero que todo el mundo nombraba Nibaje. Una verdadera tragedia para todos aquellos que vivían cerca de la cuenca del río. Casas destruidas, personas arrastradas, animales ahogados, aguas contaminadas: todo comunicaba destrucción. Milagrosos rescates se dieron a conocer de cómo un helicóptero rescataba a un hombre encima de una mata de coco o unos buzos se lanzaban al seno del río a mostrar sus pericias para cruzar cables eléctricos arrasados por la corriente de ese mar de agua dulce que se desplazaba por las zonas bajas de la ciudad. Los centros educativos fueron los refugios de todos aquellos que lo perdieron todo. Ellos sin nada y nosotros sin educación por unos meses. Después de una tormenta es innegable que viene la calma y con ella mis primeros dos años de educación nocturna en el liceo Onésimo Jiménez Nocturno dirigido por Lidio Reyes.

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