jueves, 17 de noviembre de 2011

La experiencia de una educación nocturna

De niño siempre asistí a una escuela diurna, nunca pensé que podría verme envuelto en un centro público, urbano y nocturno. Pero la realidad de encargó de colocarme frente a esta situación. Contaba con 14 años cuando dejé el campo con sus predios cultivados de víveres, granos, frutas y vegetales. Espacio que luego se aprovechaba para el cultivo de hierbas para el ganado. Esa era la cruda realidad del campesino dominicano. Acostarse con la virgen cordillera y hacerla parir una lluvia de productos agropecuarios. Lógico que esta es una paráfrasis de nuestro Poeta Nacional don Pedro Mir en su poema Hay un país en el Mundo. Era para entonces un manganzón de origen campesino metido de intruso en un barrio de ciudad. Pasado el ciclón David y la Tormenta Federico y su secuela de muertos y desaparecidos arrastrados por las impetuosas corrientes del río Yaque del Norte a su paso por Santiago y sus alrededores, no hubo espacio para la educación debido a que las aulas se convirtieron en los hogares provisionales de cientos de familias damnificadas. Las escuelas fueron los refugios más cercanos para las personas que se había acostumbrado a vivir en las riberas de ríos, arroyos y cañadas. Es entendible que para una de esas familias adquirir una vivienda digna era en medio de una situación catastrófica y ganando la solidaridad de las autoridades. Esas personas habían abandonado sus tierras en un rincón olvidado de Puerto Plata, Santiago Rodríguez, Valverde, Montecristi, Barahona, San Juan, Constanza... para enraizarse como todo buen árbol a la orilla de una corriente pluvial. Las clases no pudieron iniciarse según el calendario escolar previsto. No había un servicio adecuado de agua y luz y las aulas estaban ocupadas por los afectados por el huracán. Pasaron semanas para que las aguas volvieron a su nivel. Tiempo después se iniciaron las clases. Era normal un apagón que interrumpiera las clases hasta el otro día. Eran normales las protestas de los grupos organizados en el liceo Onésimo Jiménez. Fue aquí que supe que existía FELABEL, FJ4 y otros grupos que incidían hacia el interior de los centros secundarios. Así pude ver cómo incendiar una goma, cómo bajar por la calle del Sol porque había que reunirse con los compañeros del liceo Salvador Cucurullo ubicado frente a la Iglesia Catedral Santiago Apóstol, en la famosa escuela Colombia. Esa era la realidad de la educación secundaria dominicana: no se construían centros para los liceos, sino que de día se usaba el centro educativo para impartir clases a los de primaria e intermedia y de noche se aprovechaba para los del bachillerato. Dos años pasaron de bastante éxito. Pasé a tercero y mis hermanas se preguntaban qué iba a ser de mi futuro. De seguro que la mejor opción era ingresar a la Escuela Normal y salir con el título de maestro para alcanzar una profesión de prestigio en la sociedad de principios de los ochenta. Ingresé a duras penas a las puertas abiertas de mi futuro, cuando ya mi hermano Hipólito se había graduado. La escuela nocturna me fue preparando para lo que en el futuro no muy lejano iba a ser el campo de acción de mi labor docente y administrativa. Ya para el año de 1996 estaba de lleno como docente del liceo nocturno Herminia Pérez y para el 2000 ya fungía como subdirector y en el 2004 dirigía dicho centro educativo.

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