domingo, 9 de agosto de 2009

Primer éxodo parte II

Podría decir que contaba yo para el primer éxodo unos ocho meses de nacido. Lo que implica que estamos hablando del año 1965. Epoca de lucha del pueblo dominicano. Primero por el deseo de volver a la constitucionalidad del gobierno del Profesor Juan Bosch. Segundo por combatir al ejército norteamericano que trataba de proteger al gobierno de turno y así evitar la vuelta al gobierno de Bosch.

Mis recuerdos abarcan unos ochos años en Puerto Juanita. Años de deambular debajo de la mata de limoncillo, de sobrevivir a múltiples picadas de abeja, mosquitos y jejenes. De recibir como alimentos una variada dieta compuesta por leche, víveres, huevos, arroz y carnes. Sin olvidar de vez en cuando el pescado, lambí y el cangrejo producto de la cercanía del Océano Atlántico.

Puerto Juanita se comunicaba con el mundo exterior principalmente por el transporte de los jeeps que llevaban a la gente a Montecristi o ponerlos en ruta hacia Santiago o Mao. Bueno, sil olvidar la presencia de mulos, caballos y burros en tiempos difíciles de lluvia abundante.

Fue para esa época cuando recibí mi primer apodo. Había escuchado el sonido de los jeeps que se acercaban por la carretera par traer pasajeros a la comunidad. Mi curiosidad infantil me llevó hacia la calle para luego volver con la información esperada por todos. En ese momento dije: -Ahí vienen dos jeeps, creo que son Prim y Colá (Nicolás). Era lo que se llama un media lengua, es decir, alguien que pronunciaba las eres con un sonido peculiar diferente a los demás. De ahí en adelante comenzaron a decirme Prim y Colá. Al final se me quedó el apodo de Prim. Hasta que comenzaron a llamarme por mi verdadero nombre en la escuela.

De ese tiempo conservo entre brumas los recuerdos de mi primor amor. Se llamaba Argelia Sánchez, hermana de mi primera maestra. Una niña que jamás he vuelto a ver. Su familia emigró como muchas otras en búsqued de mejores condiciones de vida.

Era 1973, cuando mi familia decidió mudarse de Puerto Juanita a un lugar más cercano a la civilización. Resulta que una de las señoras del señor Polín Pérez, a quien mi padre administraba sus fincas y ganado, decidió mudarse a Santo Domingo. Era una estampida de familias emigrando de los campos a las ciudades en pro de mejores oportunidades de desarrollo a través del estudio o el trabajo. Así fue como María Rosa Medina, abandonó a El Papayo para dirigirse con su familia a la capital. La casa quedaría vacía. Se le hizo la propuesta de venta y mi padre aceptó sin pensarlo dos veces. 900 pesos pagó mi padre por ella. Una ínfima cantidad comparada con su valor real.

Era el momento de emprender el segundo éxodo de la familia Peña Guzmán. Ahora con dos varones más sumados a la cuenta anterior de cuatro que había llegado hace ocho años. Fausto Miguel y Víctor Ramón habían nacido en Estero Balsa, aunque para ellos no era de mucho orgullo decirlo. Era el momento de mudarnos a nuestra nueva casa. No comprendí en ese momento por qué algunos vecinos sacaron hojalatas para celebrar nuestra partida del lugar. No por ello dejamos de visitar a Puerto Juanita, ya que era un paso obligado para llegar desde El papayo hasta La Tina, Higuerito y Sancié, lugares donde teníamos que cuidar las propiedades del señor Pérez.

Ya para entonces Rosario se había casado con Roberto Ortega y había procreado sus dos primeros hijos Arisleida y Elvio.

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